Dado que me enfocaba en un tema totalmente aparte en el post anterior, no llegué a mencionar el fuerte contexto cristiano en torno al cual la obra sucede la obra y el cual no me incomoda en lo absoluto. Jean Valjean se convierte en un hombre nuevo gracias al perdón del Monseñor Bienvenu quien, con los dos candelabros que le entrega “compra su alma para Dios”, y es este el motor que guía las acciones de Jean Valjean entonces en adelante. Otro buen ejemplo de ello es cuando Valjean debate el revelarse como tal para salvar a un hombre erróneamente acusado de ser él, y al ver el crucifijo cae en la cuenta de lo mal que haría al simplemente dejar que encarcelen a un inocente.
Por otro lado, la descripción que se da sobre las religiosas que conducen el convento en el cual Valjean y Cosette se esconden por ocho años no es muy halagadora tampoco. Se las muestra como fanáticas que anteponen la devoción a todo, incluso a la familia de las alumnas, haciendo de esta más que un alimento de vida, un peso que deben cargar amargamente. “Estas monjas no son vivaces y alegres” dice Victor Hugo, “sino tristes y taciturnas”.
Más aun, la representación que se hace de Los Amigos del ABC y de la causa revolucionaria deja bien en claro que el cristianismo al cual se hace apología en el libro no pretende ser aquel cancer que busca subyugar a todo y a todos. Al contrario, una imagen tan positiva de los revolucionarios nos hace ver una búsqueda de un mundo mejor con un tono bastante secular, búsqueda en la cual entra Valjean con sus propias motivaciones, siempre buenas y cristianamente dirigidas, pero sin afectar el desarrollo de esta.
[SPOILER] Terminar de leer el libro lo deja a uno con una melancolía tremenda al ver a Valjean morir, aún luego de que Cosette y Marius reconozcan todo lo que hizo en su vida. Es un final triste y emotivo, que no podía ser un final de cuento de hadas en el que el abuelo vivía para ver a sus nietos y ser feliz finalmente con su familia (aunque no voy a negar que me habría gustado ver ese final). Sin embargo, en el musical vemos a Fantine recoger a Jean Valjean y llevarlo a donde las almas van luego de morir. Emotivo también, puesto que el reconocimiento que Valjean recibe si bien no es de Cosette y Marius, viene de aquella a quien le hizo la promesa de cuidar a Cosette, Fantine. Y junto a Fantine lo esperan todos aquellos que murieron luchando contra las tristes circunstancias que los rodearon. Enjolras, Courfeyrac, Gavroche y Eponine están ahí cantando, “Do you hear the people sing, singing the song of angry men…” Me habría gustado ver a Javert ahí también para reconciliarse con Valjean. Todos se reunen en el “afterlife”, que, a pesar de ser una idea de la cual no tenemos prueba alguna, ciertamente es agradable.
Algo parecido me sucedió con el final de Lost. No faltó el amigo al cual el final le pareció una propaganda cristiana tremenda y que arruinó mucho de las expectativas que tenía. Para mí no fue así; yo creo que entendí el final dentro del universo de Lost y de las motivaciones y sentimientos de los personajes y si bien no fue el mejor final de serie que haya visto, me dejó con una sensación de cierre que me bastó para poder avanzar.
Quien lee Les Miserables se verá a cada rato enfrentado con la fe que mueve las acciones de Jean Valjean, así como el recuerdo del Monseñor Bienvenu (quien es realmente el que pone en marcha todo lo que sucede en la obra). Podría decirse que es una alegoría a que es necesaria una intervención divina para que todo el bien del que es capaz la humanidad pueda llegar a concretarse. Pero aun si fuera así, Les Miserables no deja de ser una gran obra, muy por encima de sus encarnaciones en pantalla grande o en las tablas. Que represente el cristianismo bajo una buena luz no le quita realmente nada, más aun si consideramos el tiempo y el lugar en que fue escrita.
Un caso similar tenemos en Jules de Pulp Fiction, otro personaje muy entrañable de la película, el cual no llega a caer antipático a pesar de estar convencido de que Dios mismo bajó del cielo a salvarles la vida a él y a Vincent. Jules puede hablar de Dios, estar convencido de que lo que le sucedió fue una intervención divina y aún así verlo salir del restaurante con la pistola en sus shorts nos hace querer aplaudirlo.
En fin, he ahí una obra que incluye la fe humana en lo divino dentro de su narrativa sin que esto la haga criticable. Y sabiendo esto, podemos usarlo para recordarnos que la presencia del elemento divino en una persona no es necesariamente un detrimento a su personalidad o calidad como tal. Podemos estar en total desacuerdo, podemos considerar esas creencias como un cuento de hadas, pero eso no quita que podamos sentarnos en un restaurante a conversar amigablemente mientras comemos un cebichito. Por supuesto, eso no significa dejar de criticar lo criticable o dejar de establecer una línea entre lo real y lo irreal.
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Tuesday, January 8, 2013
La fe en Les Miserables
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Monday, January 7, 2013
"Les Miserables" y esos personajes a quienes amamos
“Ya no le debes nada a estas personas. Les has dado todo”
“No todo. Aún no”
Hace unos días fui a ver el musical de Les Miserables, el cual es uno de mis libros favoritos. A pesar del temor de que me fuera a decepcionar como lo hizo la película con Uma Thurman, tengo que admitir que estuvo muy bien hecha, al punto de ser el tipo de película que compraré apenas salga (no bajada de internet, no copiada de otro CD, no comprada de segunda mano). La interpretación de los números musicales fue excelente y me encantó el ver a mi adorada Eponine ser representada tan fielmente.
"On my own..."
Eponine es mi personaje favorito, pero comparte ese espacio junto a aquel en torno a quien gira la historia: Jean Valjean. Valjean (y no me refiero necesariamente al interpretado por Hugh Jackaman) es el hombre que personifica la historia de redención al punto de convertirse en un ser nuevo que está dispuesto a entregar su vida por quienes ama. Decirlo así se escucha bastante simple, pero para quien haya leído el libro y caminado a través de los tortuosos pensamientos que llevan a Valjean a convertirse en tal persona, sabrá que no fue un proceso fácil y que al final merecería la felicidad completa. Dicho sea de paso, la película grafica muy bien ese sentimiento y creo que lo deja bien satisfecho.
Una de las última películas que fui a ver al cine antes de Les Miserables fue Batman, The Dark Knight Rises. Está de más decir que Batman cuenta con una fanaticada tremenda, parte de al cual no creo ser, aunque he de admitir que la película me gustó bastante, más que The Avengers. (CUIDADO: Si no han visto la película de Batman, deténganse aquí pues voy a contar el final). El diálogo del inicio de este post apareció en el trailer y nos hace pensar hasta qué punto Batman va a llegar esta vez para salvar Gotham City. Ese punto llega cuando Batman aparentemente se inmola al llevarse una bomba nuclear lejos de la ciudad para salvar a la gente a costa de su propia vida (aunque luego vemos que en realidad no murió y anda recorriendo el mundo con Catwoman). El verlo subir a su avión con la idea de que es un viaje del cual no piensa regresar es quizás el momento más emotivo de la película. Y es quizás por cosas como esas, por extremos como esos a los que una persona está dispuesta a llegar por el bien de otros, que Batman se convierte en un personaje tan entrañable.
¿A dónde voy con todo esto? Que tanto a Batman como a Jean Valjean se les puede decir que no le deben nada más a la gente, que ya lo han dado todo. Y ellos nos responderán que aún no lo han hecho, para luego irse a hacer algo tremendamente loable. Otro buen ejemplo de esta actitud es Goku, a quien tantas veces vimos morirse y revivir para salvar la Tierra de distintos monstruos. Y si bien puede sonar como algo tremendamente frívolo e incomparable ante un personaje que tiene décadas de existencia en la cultura popular (como Batman) o a un personaje literario tan completo (como Valjean) el principio que los hace entrañables es el mismo: Son las personas que dan hasta la vida por quienes aman.
Ahora, supongamos que se nos dice que Goku, o Bruce Wayne, o Jean Valjean realmente existen. Supongamos que hay muchos quienes lo creen cierto. Supongamos que se nos dice que son seres tan increíbles que pueden escuchar no solo nuestras palabras, sino también nuestros pensamientos, e incluso ayudarnos. La admiración que podemos tenerles hará que queramos expresar a diestra y siniestra nuestra lo que sentimos hacia ellos, así como nuestra gratitud por todo lo que han hecho. Eso mismo se hace con Jesucristo, en quien tenemos un personaje de leyenda con las mejores características que podemos atribuirle a un ser humano y damos rienda suelta a nuestro deseo de hacerlo alguien especial y, valga la redundancia, endiosarlo. Se nos deja todo el camino libre para poder apagar esa parte del cerebro que nos dice “No es lógico que una persona así exista” y poder no solo caminar, sino correr hacia ese estado en que uno se llega a creer que tal cosa es cierta y no hay nada fuera de la realidad en ello. Y es que aún a esta alturas es muy fácil el dejarse llevar por la corriente y ser uno más de los borregos que se tragan el cuento completo.
Me habría gustado estar ahí, al final de los días de Jean Valjean y no dejarlo morir sin decirle cuan admirable, y cuantas grandes cosas logró para tantas personas. Puedo leer Les Miserables 20 veces, puedo ir a ver la película otras 20 y no dejar de derramar un par de lágrimas al final. Pero lo que no puedo hacer, por más que me guste y por más que tenga ganas de hacerlo y por más hermoso que sea, es pretender que esa maravillosa fantasía es realidad.
No, no existen. Por más que queramos.
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"Que esté permitido a cada uno pensar como quiera; pero que nunca le esté permitido perjudicar por su manera de pensar" Barón D'Holbach
"Let everyone be permitted to think as he pleases; but never let him be permitted to injure others for their manner of thinking" Barón D'Holbach