No soy un gran fanático de los videojuegos. Sin embargo, guardo con especial cariño aquellos que fueron los más importantes en alguna parte de mi vida, especialmente de adolescente. Hoy mientras organizaba archivos en el disco duro externo, me encontré con aquel que fue mi favorito hace casi 10 años y que ahora noto, bien pudo haber significado algo.
Ya antes había jugado Doom, pero lo que me llamó la atención de Heretic fue el universo mágico-medieval en que se desarrolla. Pero creo que me quedaría corto si no mencionase el impacto que me causó el solo nombre del juego. Heretic, el hereje, el que no cree en los dioses establecidos ni en sus normas, y que se levanta y lucha contra ellos.
El modo de juego es clásico en los FPS, te enfrentas a monstruos, les disparas, recoges municiones, encuentras armas, etc. Nada desconocido para el que conoce mínimamente de videojuegos. Pero en ese tiempo para mí fue algo de lo más intenso.
Lo mejor vino después. Al acabar el juego y leer en mi (entonces) corto inglés los paneles informativos, me lancé a buscar más información sobre aquel hereje al que yo manejaba en su lucha.
Tres hermanos, los Serpent Riders, han usado sus poderes mágicos para controlar a los siete reyes de Parthoris, convirtiéndolos en marionetas que a su vez ordenan a sus súbditos hacer lo que los Serpent Riders quieren. Sin embargo, los elfos Sidhe son inmunes ante tal control, por lo que son declarados “herejes” por los Serpent Riders, así como por los reyes, y lanzan una campaña para exterminarlos.
Los Sidhe controlan siete velas que están relacionadas a un poder natural de su mundo, así como a un rey. En su desesperación, las destruyen y debilitan los ejércitos de los reyes marionetas, pero a su vez dañan los propios. Los Serpent Riders aprovechan esto y empiezan a asesinar a los líderes de los Sidhe, quienes se ven obligados a esconderse.
Uno de los elfos, Corvus, se niega a seguir escondiéndose y sale a luchar contra las hordas bajo el mando del Serpent Rider que controla su plano existencial, D’Sparil.
Mi batalla final contra D’Sparil creo que fue una de las experiencias videojueguiles más intensas de mi existencia. Uno se enfrenta a un mago montado sobre un monstruo al que es relativamente fácil de matar. Sin embargo, este renace con más energía, mejores ataques, y lo que es peor, con la capacidad de convocar discípulos que son los enemigos comunes más poderosos del juego. Es así que al final acababa luchando no solo contra D’Sparil, sino contra alrededor de 50 magos que disparaban contra mí. El momento en que D’Sparil es envuelto en una esfera de energía azulada y grita antes de convertirse en huesos fue prácticamente una experiencia religiosa.
Dejando eso de lado, creo que se me quedó la idea del valiente hereje que se enfrenta a todo y a todos, a pesar de estar prácticamente solo en su batalla. Hay muchos como él, pero solo Corvus sale a buscar a D’Sparil y recuperar su mundo. Tal vez suene de lo más cursi y geek, pero creo que es un ideal que siempre vale la pena tener.
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